martes, 22 de abril de 2008

Disfrutando con nostalgia de las erratas



¿...Recuerdan cuando se escribía con la vieja
máquina de escribir? Y no se podía centrar textos
escritos que uno quería mandar a la mi-
tad de la página sin lograr escapar a una fórmula de mate-
mática simple.
Una persona que estaba al pe-
nsar de los tiempos idos nos dejo este escrito.

Libros del Minotauro


Uno de los efectos secundarios de editar es que se lee de forma diferente. Atraído inexorablemente por la errata, los ojos se deslizan más lentamente sobre el papel; es difícil correr sobre la línea a la misma velocidad que antes, vislumbrando tan sólo la mancha de la palabra para entenderla, o imaginarla muchas veces. Pero la verdad es que también antes, desde siempre en realidad, me he quedado atrapado unos segundos cuando se producen calles en el texto, huecos vacíos que se comunican formando un camino en el que precisamente es fácil perderse. Aparte de la estética, esa es una de las principales razones para evitarlas al editar, y es que el lector puede quedar atrapado como en un laberinto, recorriendo esa calle con los ojos buscando el final, especialmente peligrosa si la calle es diagonal. Las casualidades gráficas tiene también su atractivo —el azar, como la arruga, es bello—.





Partir ridí- culo por la mitad al final de linea es siempre una casualidad divertida que puede hacernos esbozar una sonrisa, pero si evidentemente se debe evitar siempre, habrá que evitarlo como la peste en un libro de texto, pues puede suponer varios minutos de anarquía escolar que quizá el profesor nos reproche eternamente.


Gran parte de las normas tipográficas de composición no se siguen hoy fielmente en la mayoría de las ediciones, especialmente en lo referente a partición de palabras y a evitar repeticiones de letras a principio o fin de palabra (otro tipo de calle, ésta ocupada por el mismo carácter peligrosamente coincidente), y eso a pesar —o precisamente por eso— de que las aplicaciones informáticas permiten cada vez afinar más en la composición de textos. Hay lectores que son auténticos cazadores de erratas que las envían después a las editoriales, como también los hay que devuelven los libros a la librería cuando encuentran erratas en exceso (todo libro que se precie debe tener una errata, como tiene un titulo o una portada, pues forma parte casi de su estructura; pero más de dos ya debe considerarse exceso).


Y no me consta ningún ejemplo, pero estoy seguro de que también hay cazadores de casualidades gráficas —que en el fondo son otra forma de errata— y de particiones desafortunadas como aquella que se cita siempre:





"El joven soldado dormía sobre una vieja


cama"




Mientras editar siga siendo un arte y sobre todo un oficio, seguirá habiendo erratas y acidentes o casualidades gráficas, y muchos seguiremos leyendo más despacio atraídos por el imán de la errata y perdiéndonos en calles y laberintos, que también es otra forma de disfrutar de la lectura.





De Infoeditexto

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