miércoles, 18 de junio de 2008

Di Giacomo escribe sobre Charly García



GENIO Y LOCURA EN EL ARTE
Charly suelta ángeles y demonios hasta el fin


La tendencia autodestructiva parece haberse apoderado del roquero más emblemático del país. Pero, a diferencia de los suicidas, García no huye: se mata una y otra vez para desafiar los límites de la vida.


En el mundo del divismo nadie regala elogios. Cuando alguien del talento de León Gieco confiesa que él y el resto de los músicos de su generación son sólo "los Salieris de Charly" nos está diciendo que estamos ante alguien excepcional, un creador superlativo que desde su debut discográfico hace treinta y seis años -en 1972- viene recreándose a sí mismo para dejarnos, tanto como solista como desde sus míticos grupos, componiendo, grabando o en escenarios en vivo, una producción artística original que lo convirtió en vida en un clásico de culto pero, a la vez, de masas.
La cuestión es que lo que cada vez con más frecuencia ocupa centímetros de papel y horas de aire radial y televisivo no son sus creaciones sino sus actos de destrucción de objetos, en su cuerpo y mente o hacia quienes circunstancialmente lo rodean. El mismo Charly García dijo que si los medios utilizaran la mitad del espacio que dedican a sus escándalos para difundir su música vendería millones.
La realidad es que el descontrol en todo sentido parece haberse apoderado de su vida y en la oscilación bipolar de creación y destrucción notamos que el péndulo señala una inclinación cada vez más frecuente hacia el segundo de los aspectos señalados.
"Yo no quiero volverme tan loco./ Yo no quiero vestirme de rojo./Yo no quiero morir en el mundo hoy".
A diferencia de un suicida que acude a la muerte para huir del mundo cuando éste se le hace insoportable, García se mata constantemente para desafiar los límites de la vida: se tira del noveno piso de un hotel, se inyecta, aspira y toma cualquier sustancia que lo volatilice o somete su cuerpo a una lenta pero permanente demolición buscando el más allá de lo cotidiano. Podríamos imaginar que cuando lo logra a veces transforma esa percepción en letra y música y otras, libera sus demonios destructivos.
A lo largo de la historia se ha venido asociando genio y locura. Schopenhauer dijo que "Cada niño es en cierto modo un genio y cada genio es un gran niño aunque sólo sea porque observa el mundo como algo extraño. (...) Quien no sigue siendo un niño grande hasta el final de su vida, quien se convierte en un hombre serio, sereno, siempre sesudo y sensato, puede ser un ciudadano útil y apto para este mundo pero nunca jamás un genio".


LOS MANDAMIENTOS
Fue el mismo Charly quien en un artículo firmado que publicó "Página/12" en junio del 2007 desarrolló lo que llama sus veinte mandamientos, donde comparte las peculiaridades de su mundo perceptivo. "No veo una separación entre lo que me imagino y lo que se percibe que me imagino. Como la música es un artificio, es como estar adentro de las canciones. Cada vez me doy más cuenta de que uno quiere admitir algo que no se puede admitir". "Soy muy consciente de la música. Escucho más que todo el mundo. Es como si tuviera visiones de rayos X. No puedo evitar ver todo, y todo es una sinfonía constante".
Locura y creatividad han llevado a pensar que la una puede ser condición de la otra, aunque más bien podríamos decir que la una convive con la otra en muchos seres especiales que son genios antes que locos.
Porque algo debe quedar claro: estos genios, capaces de recorrer cualquier camino en su búsqueda, no deben ser confundidos con aquellos que tienen la ilusoria sensación de que la distorsión buscada de los sentidos a través de estimulantes, opiáceos, alcohol o marihuana les permitirá acceder al nirvana de la genialidad creativa. Testimonio de ello son los muchos anónimos que perecen en el intento.
"Yo no quiero vivir paranoico./ Yo no quiero ver chicos con odio./ Yo no quiero sentir esta depresión".
Al decir de Enrique Pichon Rivière, un estudioso de los poetas malditos, éstos, a través de sus creaciones, están venciendo la enfermedad. El genio artístico pasa por la locura como quien se desintegra en mundos imaginarios, pero cada vez que produce un hecho artístico de valía se descubre creando, es decir, produciendo una síntesis integradora que se transmite al espíritu del receptor como un algo fascinante que quizá no alcance a comprender racionalmente pero que lo impresiona en su sensibilidad.
Y nosotros: siempre espectadores, en todas partes/¡vueltos hacia el todo, nunca hacia afuera! El todo/nos colma. Lo ordenamos. Se desintegra. Lo volvemos/ a ordenar y nos desintegramos nosotros mismos. (Rainer Maria Rilke, "Las elegías de Duino")
Este fragmento del llamado máximo poeta alemán relata magistralmente sus vivencias. Es él justamente el que, a pesar de los tremendos sufrimientos que le acarrea su melancolía, cuando su amante y luego confidente Lou Andreas Salome -discípula de Freud y ex amante de Niezstche- le recomienda que comience a psicoanalizarse, se niega y escribe una carta al propuesto médico, el profesor Von Gebssatel, diciéndole que "Quizá sean exageradas las reservas que yo manifestara recientemente (con respecto al psicoanálisis), pero en la medida en que me conozco me parece seguro que si me expulsaran mis demonios, también mis ángeles pasarían (digamos) un pequeño susto y, compréndalo usted, eso es justamente lo que no puede ocurrir".
Hoy Charly García, como Antonin Artaud, Isidoro Ducasse, Jacobo Fijman o más cercanamente Kurt Cobain, se debate entre ambos mundos y se acerca lentamente a su autodestrucción, mientras en el camino suelta alternadamente sus ángeles y demonios.



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