Impresiona el prodigioso nivel de analfabetismo en adolescentes y jóvenes presuntamente alfabetizados. En lo personal, me toca sorprenderme, padecer y apiadarme de estudiantes de periodismo que incurren en descomunales errores de ortografía y de sintaxis sin que su evidencia les produzca, en general, la más leve emoción.
Desde luego, mucho tiene que ver con el fenómeno la explosión de la cultura audiovisual que los educa. "Mi verdadera maestra fue la tele", suele decir un joven amigo y es cierto: sólo que quien aprende un idioma con el lenguaje de las telenovelas colombianas, las despiadadas traducciones de las series y películas norteamericanas o el despojadísimo lenguaje de los programas de entretenimientos locales, difícilmente pueda manifestarse con la riqueza metafórica que suelen exhibir los hombres de campo o tejer los juegos verbales de un lector consecuente.
Ni Internet -donde yace, paradójicamente, la suma del conocimiento-, ni los mails que reverdecieron el arte epistolar, ni menos aun los mensajes de texto por celular parecen haber contribuido con la práctica de la lectura y la escritura a mejorar las cosas. El omnipresente mito de la velocidad arrasa allí hasta con la integridad de las palabras y retazos de una escritura taquifráfica, pero sin reglas, es lo que ha terminado alumbrando.
Eso no suma al lenguaje uno nuevo sino lo sustituye y empobrece. En el mayor productor de contenidos culturales -esto es, la tele- el error gramatical o de sintaxis, el desconocimiento más supino o la barrabasada más extrema dicha al aire son tomados, en general, como una gracia y festejados. Y no provocan ni una sombra de vergüenza. Más, en ciertos conductores, esas "cualidades" de barbarie intelectual son su sello identidad. ¿Y los maestros? ¿Y los profesores? Muchos seguramente no están capacitados para luchar contra fenómenos tan nuevos y repentinos. Por otra parte, la decadencia progresiva pero inexorable de la escuela pública en nuestro país ha dejado marcas tan profundas como heridas.
Otros la pelean desparejo y como pueden y otros ya se dieron por vencidos. Lo peor del caso, yendo a lo puramente pedestre, es que la sociedad en la que estamos inmersos es la del conocimiento, cada vez más dirigida por una casta privilegiada con una educación de excelencia y, por otro lado, masas de adormecidos consumidores de pantallas a los que les queda la opción de obedecer.
El futuro presidente de Estados Unidos no es negro ni habla con acento afroamericano: es un mulato que brilló estudiando en Harvard y habla con la precisión y la elocuencia de un profesor. Sarah Palin, la vencida candidata a vice republicana, en cambio, demostró en público su convicción de que África es un país.
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