Recientemente se ha discutido en varias reuniones académicas (Rosario, Buenos Aires, Mar del Plata) la cuestión del “fin de los medios masivos” como una de las consecuencias posibles de la convergencia entre el audiovisual, la informática y las telecomunicaciones, resultado de la digitalización de todo tipo de contenidos que el Protocolo Internet hace posible.
Por Eliseo Veron
Recientemente se ha discutido en varias reuniones académicas (Rosario, Buenos Aires, Mar del Plata) la cuestión del “fin de los medios masivos” como una de las consecuencias posibles de la convergencia entre el audiovisual, la informática y las telecomunicaciones, resultado de la digitalización de todo tipo de contenidos que el Protocolo Internet hace posible.
Me he referido, en estas mismas páginas, a la cuestión del fin del broadcasting en el caso de la televisión. Pero los interrogantes sobre la eventual desaparición de ese gran clásico de la mediatización moderna, el diario papel (que para muchos es más clara e inminente que la desaparición de la televisión histórica), son sin duda tanto o más importantes.
Una de las diferencias entre ambas cuestiones es que la lenta decadencia de los diarios viene de más lejos, es anterior a la emergencia de la Red, y ha generado turbulencias en la profesión del periodismo desde hace bastante más tiempo.
La culpable de esa crisis larvada de los diarios era justamente la televisión tradicional llamada “abierta”... cuyo fin algunos consideramos posible.
Complejidades de la historia de los medios. En los últimos años, en el sector de los grandes diarios papel del mundo, se han producido episodios inquietantes, que en todo caso van mucho más allá de las proclamas relativamente inocentes del “nuevo periodismo” de los años 70 y 80, que se había atrevido a desdibujar la frontera entre el discurso de la información y el discurso literario.
En Estados Unidos, dejando de lado la áspera discusión acerca de la actitud –para muchos claramente inadecuada– de los grandes medios de la prensa gráfica ante la desinformación sistemática, por parte del gobierno del presidente Bush, que hizo posible la invasión a Irak, hubo varios episodios (algunos de los cuales afectaron nada menos que al New York Times) relativos a reportajes inventados, entrevistas a personajes inexistentes y otras operaciones que por cierto no se reducen a la cuestión de la legitimidad del uso de ciertos “efectos literarios” en la escritura periodística.
En Francia acaba de producirse un episodio que afecta nada menos que al diario Le Monde. Los personajes involucrados no tienen mayor importancia, porque su notoriedad es esencialmente local. Lo cierto es que el 18 de agosto, el diario Le Monde publica una doble página firmada por Bernard-Henri Lévy bajo el título “Cosas vistas en la Georgia en guerra”. Bernard-Henri Lévy (conocido como BHL) es un intelectual que adquirió su perfil fuertemente mediático en los años 80, a propósito de lo que se llamó el movimiento de los “nuevos filósofos” franceses. BHL ha reaparecido desde que su amigo Nicolas Sarkozy fue elegido presidente. Aunque previamente declaró que no iba a darle su voto por ser amigo suyo. Cito apenas dos fragmentos del artículo de BHL. “La primera presencia militar significativa con la que nos encontramos es un largo convoy ruso, de no menos de cien vehículos, que se dirige tranquilamente hacia Tbilissi para cargar nafta”. “Tras seis nuevos controles (…) llegamos a Gori. No estamos en el centro de la ciudad. Pero (…) de ese carrefour controlado por un tanque enorme y alto como un búnker con ruedas, podemos constatar los incendios que se pierden en el horizonte. (…) De nuevo el vacío. El olor, ligero, de putrefacción y de muerte (…) Gori no pertenece a esa Osetia que los rusos pretenden haber venido a ‘liberar’. Es una ciudad de Georgia. La han quemado. Pillado. Reducido al estado de ciudad fantasma. Vaciado.”
Rue 89 (la calle 89), uno de los sitios más prestigiosos y más visitados del nuevo periodismo electrónico en Francia, decide realizar un fact cheking (chequeo de los hechos) de la visita de dos días y medio a Georgia de Bernard-Henri Lévy. El 22 de agosto, Rue 89 sube los resultados de su investigación bajo el título “BHL no vio todas esas ‘cosas vistas’ en Georgia”. Christophe Boltanski, enviado especial del Nouvel Observateur, que se encontraba el mismo día en la misma ruta, contabilizó el convoy ruso: seis camiones de tropas, seis camiones cisternas, siete blindados, tres camiones de nafta, seis tanques y dos ambulancias: exactamente treinta vehículos. Una eurodiputada que se encontraba allí y uno de los propios amigos de BHL que lo acompañaban testimonian no haber sentido ningún olor. No importa. Estos son sólo detalles: BHL nunca llegó a Gori. Llegó apenas a las afueras, y se trataba de campos quemados a varios kilómetros de la ciudad. Rue 89 descubre también que cuando BHL vuelve esa noche al primer control, anticipa solemnemente ante los periodistas lo que después va a escribir: “La ciudad ha sido limpiada. Gori es una ciudad fantasma, hay incendios en todas partes, Gori ha sido vaciada de su población”. Y la eurodiputada testimonia haberse visto obligada a interrumpirlo para aclarar que no habían llegado a Gori, y que la quema de los campos circundantes es una táctica usual del Ejército para evitar emboscadas. Debo hacer una aclaración parecida a la que me sentí obligado a formular en ocasión de mis comentarios un poco amargos de hace unas semanas a propósito de la liberación de Ingrid Betancourt (evento mediático que, dicho sea de paso, provocó después graves presunciones de montaje y de “show”, no comprobadas ni desmentidas hasta el momento): no estoy aprobando la invasión de Georgia por Rusia. Pero tiene algo de paradójicamente irónico el hecho que un sitio Internet, representante del periodismo electrónico, ese nuevo fenómeno mediático que ha generado tantos temores relativos a la aplicación de las reglas tradicionales de la profesión en cuanto a la objetividad y la confiabilidad de la información, se transforme en un poderoso instrumento de control capaz (por decirlo así) de poner en su lugar a un ilustre intelectual mediatizado, cuyas fantasías merecieron (aparentemente sin ningún chequeo) una doble página en uno de los diarios papel más prestigiosos del mundo.
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